Solita con las estrellas


Magali García Ramis

Tuvo que pasar así porque los hombres tramitan sus despechos lentamente pero organizan sus venganzas de un sólo tiro. Las mujeres, en cambio, se sienten despechadas en un abrir y cerrar de ojos pero elaboran la venganza dulcemente, lentamente. Angelina nunca tuvo tiempo para procesar la suya.

Se habían casado, como muchas parejas, porque tenían ganas de acostarse. Para no contrariar a sus familias, se comprometieron, terminaron sus bachilleratos, consiguieron trabajos, dieron el pronto para una casa de urbanización nueva y amplia, planearon boda en iglesia y recepción en Club de Leones y se dispusieron a ser marido y mujer.

A petición de David, que escribía versos muy celebrados por su familia por lo que se le adjudicaba el singularísimo epíteto de ser un muchacho con "alma de poeta", el conjunto musical alquilado para la recepción nupcial tocó más de doce piezas de tema romántico que hicieran alusión al amor y a las estrellas. El mismo novio subió a la pequeña tarima y entonó no sin cierta gracia "ay que bonita, cómo la quiero, ella es mi estrella, por ella vivo, por ella sufro y muero por ella".

Como se tenían tantas ganas, confundieron la pasión de las primeras semanas con el amor eterno. Cuando David la recogía al salir ambos de sus trabajos, apenas podían quitarse las manos de encima camino a la casa. Al llegar, no bien habían cerrado la puerta, comenzaban a desvestirse. Más de una vez hicieron el amor en el piso de la sala, pegaditos a la pared de entrada porque las cortinas eran casi transparentes y si ellos se alejaban de las ventanas podían verse desde afuera.

Pasados algunos meses, David se dio cuenta de que estaba enamorado de verdad. Angelina, en cambio, comenzó a aburrirse. Imbuido de una sensación extraordinaria por la vida, David cantaba todo el tiempo y tomaba clases de guitarra para acompañarse el mismo cantando canciones de estrellas dedicadas a Angelina. Incluso, llegó a sembrar, en el pequeño patio frente a la casa, un seto de cruz de malta que podó en forma de estrella.

Al año tuvieron que aceptar que el matrimonio no funcionaba; Angelina, porque no quería a David y David, porque enamorado más de lo prudente, estaba encaprichado con ella. Para tratar de arreglar la situación, él consiguió un terapista matrimonial; ella rehusó ir a verlo. David sugirió que tuviesen un hijo. Ella le dijo -estás loco, eso nunca ha unido a una pareja, sólo nos traería más tristeza si nos separáramos algún día-. Luego se contentaron. Luego pelearon. Luego se contentaron otra vez.

Buscando ampliar sus intereses para ver si la vida en pareja fluía, Angelina decidió estudiar para Contador Público Autorizado. David se fue a la Liga de Arte a aprender cerámica y amasar barro como si fuera los hombros y los muslos y los pechos de Angelina. Mientras sus compañeros de clase trabajaban animados, comentando de la vida, David suspiraba y hacia vasijitas, ceniceros y placas de pared que invariablemente adornaba con estrellas y que tuvo que empacar cuidadosamente poco tiempo después cuando Angelina le pidió el divorcio y le dijo que le compraba su parte de la casa.

David se apuró en irse, pero rondaba la casa todos los días. Los vecinos se apiadaban de verlo como alma en pena y lo saludaban al verlo llegar, bajarse del carro, mirar hacia la casa, suspirar y volver a irse.

Entonces, un día, llegó, pero no se fue. Acabando de salir Angelina, David se personó frente a su casa, sacó sus llaves, se metió dentro y cerró la puerta. Estuvo todo el día y se le oía cantando y poniendo discos, y haciendo ruidos extraños. Cuando ella llegó del trabajo y sintió la puerta trancada por dentro se asustó. De primera intención pensó en un robo, pero las miradas de los vecinos que se acercaban lentamente le hicieron percatarse de que se trataba de otra cosa más íntima. Miró por la ventana y le vio sentando a la mesa del comedor, tomando una cerveza y sudando mucho. Cuando él la vio, sonrió plácidamente. Angelina se puso como hormiga brava.

-Sal ahora mismo de mi casa- gritó.

-No puedo, estoy tomando un break

-¡O sales ahora mismo o llamo a la Policía!

-Llámalos si quieres, en lo que llegan termino.

Angelina sufrió entonces un susto terrible y prolongado. Pensó que él estaba haciendo una de esas cosas infames y terribles que sólo hacen los locos de amor y los fanáticos políticos: dinamitando la casa para hacerla explotar. ¡Con todas sus cosas adentro! ¡Con la mesa de comedor plegable para acomodar hasta doce personas, que le acababa de regalar la abuela! ¡Con el bargueño antiguo de gavetas escondidas! ¡Con el álbum de fotos de familia que su padre, al fin, le había dejado llevarse para su casa! Angelina veía todo consumirse por el fuego mientras llamaba desesperada a la Policía desde la casa vecina.

Los policías tardaron lo justo y necesario en llegar. No vinieron enseguida, como cuando hay cadáver fresco, pero tampoco a las cuatro horas, como hacen cuando se presume hubo robo. Una hora después de la llamada, un carro patrulla llegó y se estacionó frente a la casa donde David, sentado en el descanso frente a la puerta, tomaba un refresco con sorbeto y agarraba, con la otra mano una enorme bolsa de papel, ajada.

Angelina fue donde los oficiales de Policía y les susurró. Ellos miraban detenidamente a David. Uno de ellos no quitaba su mano de la empuñadura de su pistola mientras observaba al ex-marido con la bolsa en la mano. Angelina insistía que había que revisar la bolsa. Uno de los oficiales, mientras se señalaba la cabeza con el dedo índice, le dijo al otro -Yo tome un curso de cómo tratar a personas... tú me entiendes. Así es que déjamelo a mí- añadió mientras se acercaba con cuidado a David y le decía suave pero enérgicamente:

-Mira pai, pon esa bolsa en el piso, levanta las manos y camina hacia el carropatrulla, ¿Ok?

-¿Esta bolsa, esta bolsa que es mía?- preguntó David haciéndose el sorprendido.

-Esa misma, pai, déjate de pendejadas y ponla ahí, quietecita y enfila pal carro.

-Ok, aquí está.

David se levantó, y puso en el suelo la bolsa antes de comenzar a caminar lentamente hacia el carro patrulla. El policía desenfundó su arma, se acercó al escalón y con el cañón del revólver rebuscó en la boca de la bolsa. Angelina, el otro oficial y los vecinos guardaban una distancia prudente. Entonces, el oficial experto-en-tratar-a-ese-tipo-de-personas meneó su cabeza al tiempo que dijo -Aquí no hay na' peligroso, nada más hay estrellas.

-¿Estrellas?- exclamó Angelina.

-Sí, de esas que las maestras ponen en los exámenes de los nenes, de esas de
brillo, mire, como las que están tiradas aquí en el patio.

Nadie se había fijado en el patio hasta ahora. Las luces del atardecer apenas iluminaban las cientos de estrellas que había en la grama, en la enredadera, dentro de las bromelias, pegadas al seto de cruz de malta en forma de estrella. Angelina miró fulminantemente a David y corrió hacia la casa, ahora más llena de rabia que de temor. Se imaginaba lo que encontraría pero no sospechaba con cuánta vehemencia encontraría allí lo imaginado.

Era sobre las sillas, era bajo los cojines del sofá, era en las bombillas de las lámparas, en las cortinas, en los anaqueles de la cocina, en los roperos, dentro del closet de las herramientas, a lo largo y lo ancho y lo alto de la casa que había sido de los dos, David había dejado una estela de estrellas brillantes y multicolores, unas más grandes que otras, paquetitos de estrellas rojas o doradas, vertidos enteramente en una gaveta, o cien estrellas azules, verdes, plateadas y amarillas pegadas una tras otra con su propia saliva, mojadas por la boca que tanto la besó, a la lámpara del techo del baño donde él se regodeaba mirándola bañarse lánguidamente los primeros meses de su vida juntos.

-Maldición- gritaba Angelina, caminando cuarto por cuarto seguida de los dos
oficiales, el bajito, y el que sabía tratar-a-ese-tipo-de-personas.

-¡Mal rayo lo parta! exclamaba al abrir las puertas del chinero y encontrar
estrellas asperjadas sobre la vajilla de domingo, dentro de las copas,
entre los cubiertos.

-Te voy a meter a la cárcel, oíste, a la cárcel, te voy a llevar a Corte!
¡Oficial, quiero poner una querella por, por, por allanamiento, por daños a la propiedad!

El oficial bajito sacó su libreta, destapó un bolígrafo desechable y se aprestó a escribir. ¿Cuál es el cargo?- preguntó.

-¿Acaso no es obvio?- dijo encolerizada Angelina -este desgraciado se metió sin
permiso en mi casa, forzó mi residencia...

-Pero señora, él entró con llave, no forzó nada.

-¡Pues no tenía derecho a tenerla!

-¿Usted se la pidió al divorciarse? Esto... ¿ya se firmaron los papeles dividiendo
los bienes y todo eso?

-No, no se la pedí. Los papeles ya casi están.

El oficial bajito no apuntaba nada y miraba perplejo. Entonces el otro le dijo -Apunta que el ex marido de la señora regó estrellitas por toda la casa...

El oficial bajito enunciaba lentamente cada palabra al tiempo que Iba escribiendo...
-y entonces él ensució la casa-.

-No, no- decía el otro -no pongas que ensució porque todo se ve limpio, fíjate que
cuando uno mira un mueble, o abre una puerta es que se ven las estrellas, es
como una lluvia de estrellas.

-...Como una lluvia de estre ... ¿es con "Y" griega o con elle?

-Déjame ver, e-s-t-r-e-ll, con elle.

-Correcto, el acusado derramo...

-No, no, no es un líquido.

-Bueno, puso, puso...

-Más bien las tiró...

-Ok, tiró, las tiró y no lo cambio más, me caso en na', tiró un montón de...

-¡Miles, miles! gritaba Angelina -¡me tomará meses limpiar esto!

-Está bien señora, miles, miles de estrellas de niños...

-No- corrigió su compañero -son de maestras, las maestras se las ponen a los
trabajos de los niños para premiarlos.

-...de estrellas, de premios de escuela en todas las partes de la residencia,
¡y no lo borro más, coño! Usted perdone, perdóneme, señora. Ay, a mí me
está que el juez va a creer que nos estamos burlando de él. Esto no se
va a sostener en corte ¿o sí?

Angelina no fue a corte, sino que pidió dos semanas de vacaciones para buscar casa nueva pero no era posible, la inflación había encarecido todo en sólo dos años. Pensó entonces en exorcizar la residencia pero no hubo sacerdote ni espiritista que quisiera hacerlo, porque todos decían que al fin y a la postre más parecía una bendición que una maldición el que su ex marido hubiera llenado su casa de estrellas. Para confirmar esta sabiduría popular, Angelina, un mes más tarde, se llevó el pool-pote de las apuestas que hacían en su oficina de cuál artista de la farándula sería la próxima en divorciarse.

Entonces ella optó por mandar limpiar la casa para poder olvidarse del malrato y contrató a una compañía que envió a cuatro hombres uniformados de color mostaza y a una supervisora-de-calidad. Con aspiradoras, cepillos, mapos especiales y espátulas los cuatro chuparon, barrieron, mapearon, despegaron y rasparon cuanta estrella encontraron en su camino por toda la casa de Angelina. El día que se fueron, Angelina colocó todo de vuelta en su sitio y al mirar el gabinete de discos, decidió botar todos los que David había dejado, a propósito, con sus cancioncitas de estrellas. Al abrir la puerta, camino al dron de la basura, se topó con el Sr. Gutiérrez, gerente de la compañía de limpieza de empleados uniformados de color mostaza quien venía a cerciorarse de que el informe de la supervisora efectivamente contase con la aprobación de una cliente totalmente satisfecha. Angelina estaba muy satisfecha, afirmó, y también lo estuvo con él.

La vida le había dado un giro de ciento ochenta grados. Volvía a ser soltera; salía de vez en cuando con Gutiérrez y, aunque al menos una vez en semana se encontraba con alguna estrella olvidada, se daba cuenta de que por momentos esto no le irritaba. El hecho de que ahora le acompañaba una persona sólida, como Gutiérrez, que no era hombre soñador ni poeta ni tonto de capirote como David, era justo lo que ella había necesitado.

El Sr. Gutiérrez siempre vestía de chaquetón y corbata, usaba varoniles aguas de colonia, se afeitaba dos veces al día, le abría todas las puertas del mundo y vehementemente se lavaba sus partes después de hacer el amor e insistía en que ella hiciera lo mismo. Ordenado, fiel, leal, el modelo más cabal de caballerosidad, el Sr. Gutiérrez se casó con Angelina y procuró que tuviesen un sólo hijo, pautado para nacer en verano de manera que no hubiese ninguna complicación cuando entrara a kinder en agosto cinco años más tarde.

El hijo fue niña y le llamaron Teresita en honor a la mamá de Gutiérrez. Cuando Angelina llegó del hospital, buscó la cajita de recuerdos de su niñez. Quería que como primer juguete Teresita tuviera la maraquita de madera que había sido de ella. La caja estaba cerrada con una cinta azul venida a menos. Al abriría, salieron decenas de estrellas azules y rosas y cientos más aparecieron pegadas a la maraquita, al álbum de fotos, a la cota de bautismo y a todos los demás recuerdos. Contrariada, Angelina miró al Sr. Gutiérrez. Este se enrolló las mangas, tomó una lima y durante toda la tarde pacientemente despegó las 786 estrellas de los recuerdos de Infancia de Angelina.

Cuando al año siguiente pudieron tomar una semana de vacaciones, la maleta grande de Angelina apareció con los bolsillos interiores rellenos de estrellas y, aunque se las sacaron, durante todo el viajé salió una que otra a relucir.

Con el tiempo los dos comenzaron a acostumbrarse a la presencia de las pegadizas estrellas e incluso Angelina se sintió tentada a creer lo que decían vecinos y amigos, que eran signo de bendición pues en muchas ocasiones, luego de encontrar estrellas sucedían cosas buenas.

Pero Angelina aun sentía un atisbo de ira al encontrarlas porque surtían el efecto que David había querido: la obligaban a pensar en él. Si David hubiese peleado por más de la mitad de sus bienes, o la hubiese asediado un par de años como hacen otros ex-maridos hasta que se hartan y se largan, no hubiese tenido ella esta presencia constante; con sólo aguantarlo un tiempo, ya hubiese salido de él.

En cambio, aunque no volvió a verle, estaba obligada a recordarle porque en esa casa tan amplia, era impredecible cuándo aparecerían más estrellas, y aparecían regularmente. Cuando cambiaron los gabinetes de cocina, había decenas pegadas a las tuberías bajo el fregadero. Cuando Teresita se vestía "de grande" y rebuscaba en las cajas de Angelina, aparecía en la sala con zapatos en desuso de su madre y un rastro de estrellas que corría desde el cuarto hasta el recibidor.

Al cumplirse diez años de su primer matrimonio, Angelina se percató de que estaba vencida la garantía de su colchón y box spring y optó por cambiarlos. Cuando vinieron a llevárselos, los empleados del negocio del Sr. Gutiérrez se percataron de que había algo cosido en una esquina del colchón. Creyendo que podría ser dinero, cosa que mucha gente todavía suele esconder bajo sus camas, cortaron la tela y salieron a borbotones estrellas negras y moradas, pegadas entre sí, que se confundieron en el suelo de losetas de terrazo e hirieron a Angelina porque le pareció que no había derecho a que David hubiese puesto colores de luto en la cama, como maldiciendo el amor.

Se sorprendió de este sentimiento, de siquiera considerar de qué color deberían ser las estrellas. De nuevo, David se colaba adentro de su vida, por los resquicios de sus recuerdos; de nuevo, el idiota se salía con la suya. Pero un día, murmuraba ella para sí, ella iba a ganar. Mientras, se acostumbró para siempre a la vida rutinaria con el Sr. Gutiérrez, quien organizó todo tan perfectamente, que no dejó lugar ni para el sucio ni para las tristezas ni para los errores en su vida de familia. El reloj sonaba siempre al cuarto para las seis. La niña estaba en la escuela al cuarto para las ocho. La compra siempre se hacía sábado a las once. Y el amor, sábados a las diez de la noche luego de jugar canasta con la Sra. Teresa y entre semana, sólo de nueve a diez, de manera que ella no se perdiera las novelas a las ocho ni él las noticias a las diez.

La vida rutinaria tuvo pocos momentos notables, como el del compromiso de Teresita a los 17 años. Angelina en vano le pidió que aguardase para casarse, pero su hija, también, quería acostarse con su novio y el Sr. Gutiérrez nunca lo hubiera permitido fuera de matrimonio. Angelina le pidió que usara su traje de bodas, guardado en lo más alto del closet de su cuarto desde hacía casi 20 años. Cuando lo sacaron de su caja, envuelto en papel de seda, aparecieron cientos de minúsculas estrellas plateadas y doradas que se habían pegado, sobre todo al vuelo de la cola, y hacían parecer de ensueño al vestido. Teresita decidió dejárselas. Angelina quiso limpiárselas y al Sr. Gutiérrez, le dio lo mismo.

El día de su boda, la novia desfiló dejando una estela de estrellas por la alfombra roja de la nave central de la Iglesia de Santa Teresa y Angelina se percató de que algo extraño le nacía adentro de ella, un sutil sentimiento de agrado, en lo más íntimo de su ser, porque David estuviese presente en la boda de la niña que hubiese podido ser de ellos dos.

Había llegado a mediana edad, cuando se mira igualmente hacia lo que hay de hecho y lo que hay por venir. Y poco a poco se había vuelto a enamorar de la idea del amor. Durante todos estos años no había buscado jamás a David, pero sabía de él como saben todos de todo el mundo en la isla. Porque es pequeña la isla, y es grande el apetito por contar y recontarse. Las amigas le decían: que si lo habían visto estudiando; que si se había hecho abogado; que si estaba de lo más bien; que si salía con la prima de la rubia aquella. Que si nunca se había vuelto a casar. Que si había escrito un poemario y luego otro de esos que escriben desde siempre los abogados puertorriqueños por cientos, porque mientras más conocen lo sórdido del género humano a través de sus clientes, más ganas sienten de ser poetas; de usar la palabra para lo digno y no para lo atroz.

Un día, tentada por esa nueva sensación, que se parecía en algo a esa primera vez que a uno Alguien en especial le toma la mano y en las yemas de los dedos se empieza a sentir un deseo, Angelina entró a una librería. No había estado en una desde que había terminado su bachillerato, pues hasta los libros de Teresita los compraba en el propio colegio. Se sorprendió de todas las cosas que vendían en un local de libros: cassettes, películas, compact discs, barajas de Tarot, libros en blanco para uno llenarlos, libritos de citas y meditación, libros de muñequitos de periódico, revistas en idiomas extranjeros. ¿Qué hacía la gente con todo esto? ¿Dónde estaba viviendo ella? Todo le llamó la atención pero no tanto como para despertar un anhelo de adquirir esos objetos, pues nunca las palabras le habían llegado adentro. En cambio, las de David... Preguntó por la sección de poesía y, efectivamente, allí encontró, entre decenas de otros, los dos poemarios del Lic. David Ocasio García. Los había publicado él mismo en su editorial La Estrella Rota. Uno se titulaba "Tú, sola en el cielo" y el más reciente, "Fugaz como una estrella". No necesitó dotes de adivinación Angelina para darse cuenta, al hojearlos, que estaban dedicados a ella.

Los compró, los escondió en su casa y cada vez que pudo, los leyó hasta deshojarlos, desbaratando cada vez con mayor ansiedad, las páginas de papel de mala calidad donde David había dejado huella de su amor por ella.

Si es posible aprender a querer veinte años después, Angelina comenzó a soñar con un reencuentro con David, que no le daba paz a ninguna hora del día. No pensó jamás en abandonar al Sr. Gutiérrez, pero sí se deleitaba soñando despierta que estaba en los brazos de David.

Como quien no quiere la cosa, comenzó a indagar qué lugares frecuentaba David con sus compañeros porque los abogados, como las estrellas, siempre dejan rastro. Entonces sugirió a una amiga encontrarse para comer, un día en que el Sr. Gutiérrez tuvo que trabajar tarde, en el restaurant Ecos de la Montaña donde David y sus amigos, ya lo sabía ella, se reunían para beber y si acaso comer, antes de comenzar los recitales de su grupo, "Los Togados de la Franca Bohemia".

Angelina llegó mucho antes que su amiga, y lo vio de lejos. El, no la vio. Ella se apostó en una mesa desde donde poder observarlo. No se puso tan nerviosa como creyó que iba a estar, en cambio las comisuras de su boca le temblaban, y las piernas, y todo ese interior que llamamos corazón. Cuando llegó su amiga, Angelina dejó que ella hablara, y apenas comió mientras observaba de lejos la mesa con media docena de hombres y dos o tres mujeres que animadamente conversaban, parecía que entonaban alguna canción y se daban palmaditas en las espaldas. Después de darse dos tragos fuertes, se sintió lista para acercarse. Todo estaba listo, al fin, para el reencuentro. Se excusó para ir al baño. Caminó lentamente y sintió un sofocón en todo el cuerpo ahora que se acercaba a dejar su rastro frente a él. Pasó junto a su mesa y en ese preciso momento los ojos de ambos se encontraron. David se alegró de verla pero su mirada no brilló tanto como la de ella. Estaba junto a una joven de pelo largo, tan largo como había sido el de ella. Se saludaron cordialmente.

-David, ¡qué sorpresa!

-¡Angelina, qué gusto! ¡Tantos años... Te ves muy bien, supe que tu hija se casó.

El siempre tan parlanchín y jilguero. Ella esperando un: Tengo que verte, ¿cuándo nos vemos? ¡Quiero verte! Quiero que hablemos... y mientras espera, nota que la muchacha junto a David se mete la mano por el escote de su vestido y saca una cadena de la que cuelga una estrella que ella agarra por una de las puntas como quien no quiere la cosa mientras muestra al mundo y en particular a Angelina, que este es su territorio y proclama así que ella es la estrella. David sigue hablando y aprovecha para presentarles: -Angelina, esta es Sarita, mi compañera- dice simpático. -Mucho gusto- sonríe Angelina mientras Sarita saluda con la cabeza y toma de la mano a David en lo que Angelina se retira, se retira aun más, se retira para siempre.

Al llegar a la casa encontró al Sr. Gutiérrez mirando las noticias por cable televisión. Ella se puso su camisón lila, de sacrificio y se tiró en la cama. Entendió que su destino era estar solita con las estrellas, como decía la canción, otra de las decenas que David le había cantado. De ahora en adelante, cada vez que apareciese una estrella en su casa, la rescataría, la pondría en lugar seguro y daría gracias.

Desde ese día, sin embargo, nunca más apareció una estrella en la casa de Angelina y el Sr. Gutiérrez.


____________________
Tomado del libro "Noches de Riel de Oro" de Magaly García Ramis, Editorial Cultural, 1995.
Subir